sábado, 9 de noviembre de 2013

"Viltrania. Parte 1" de Elizabeth Burch

Antes de abrir los ojos podía oír cuando las olas impactaban contra las rocas. Podía sentir una brisa fresca con olor a mar que se estampaba contra mi rostro, y la arena húmeda sobre la que me encontraba. Escuchaba cómo el agua del mar murmuraba y, cómo los pajarillos costeros cantaban. Por un instante, me sentí más relajada que nunca. Respiraba naturaleza, paz y pureza. No quería abrir los ojos. No quería enfrentarme a la realidad. No quería levantarme de ese suelo tan cómodo y preguntarme dónde estaba, porque no lo sabía, porque sabía que sería duro encontrar la respuesta. Sin embargo, sabía que era necesario y, lo hice.
El paisaje era precioso. Estaba amaneciendo y el cielo empezaba a aclararse. En el horizonte se podía observar cómo el Sol se alzaba cada vez más y se reflejaban sus, todavía leves, haces de luz en la cristalina agua del mar. Me encontraba perdida en la costa de una playa, con la arena más fina y blanca que jamás había visto, rodeada de árboles poco altos pero densos. A lo lejos se observaban altas montañas y aldeas que parecían diminutas. No parecía haber vida humana cerca de mí y las preguntas sin respuesta empezaban a llegar: ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo he llegado a este lugar? ¿Cómo voy a volver a casa? Cada una de esas preguntas, sin respuestas coherentes a la vista, me aterraban. Más que por estar ahí sola en medio de la nada, porque no sabía por qué no conocía las respuestas a esas preguntas.
Aún llevaba mi camisón blanco, casi transparente, de dormir y mi larga, ondulada, melena pelirroja, recogida en una cola alta. Estaba descalza y mi cuerpo empezaba a temblar por el frío. El frescor del aire atravesaba la fina tela de mi camisón y el contacto de mis pies desnudos con la arena húmeda no ayudaba a mantener mi calor corporal. Sin duda, no podía explicar qué hacía aquí, ni cómo llegué y, mucho menos, cómo volver a mi casa, sobre todo porque ese lugar no me parecía nada familiar. No se parecía en nada a cómo era mi hogar. Todo apuntaba a que me encontraba a kilómetros de distancia de mi casa y, lo peor de todo, es que no me explicaba cómo sucedió. Era como si…como si… me hubiera teletransportado.  

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